Un libro relata la historia del emblemático edificio Castromil y de su antecesor, el Quiqui Bar

Jueves, 26 Abril, 2018

El Consorcio de Santiago y Ediciones Positivas acaban de publicar el libro De Quiqui Bar… a Castromil, de Francisco Macías, director de Ediciones Positivas.

 

El Quiqui Bar se construyó entre los años 1925 y 1926 sobre un solar vacío. El resultado fue un edificio modernista promovido por los compostelanos Manuel Ramallo Gómez y Ángel Gontán Sánchez e ideado por el arquitecto coruñés Rafael González Villar. Con él se elevó la calidad de los establecimientos santiagueses hasta niveles nunca antes conocidos. Lo más avanzado de la época en el campo constructivo estaba allí, desde un suelo poroso hasta escaleras de mármol, junto a sus famosas vidrieras. Y ponía las nuevas músicas y los nuevos gustos al alcance de todos, de modo que no tardó en convertirse en un símbolo de modernidad en toda Galicia.

 

En la planta baja estaba el restaurante, rodeado de un montón de mesas de mármol para jugar, sobre todo al dominó y a los naipes. En la parte superior había salas destinadas a las tertulias y un amplio local para bailes, conciertos… E incluso había ya espacios para fumadores. La zona sur del edificio acababa en una pared lisa a la que se pegaban varios quioscos de venta de complementos para disfrutar mejor de los espectáculos o de las comidas.

 

Si los Castromil continuasen viviendo en el inmueble es posible que nunca se hubiese demolido

 

Pero la quiebra económica llega en 1929 y aparece Evaristo Castromil, que compra el edificio para acoger las oficinas de su empresa de autobuses, que se instalarán en la planta baja. La Comandancia Militar y la Subdelegación de Hacienda pasaron a ocupar la parte superior. El empresario quiso vivir en la planta superior pero su esposa no aguantaba la contaminación que provocaban los autobuses ni el ruido. Y fue esa, según distintas voces, una circunstancia clave en el futuro del edificio. “Si la familia Castromil continuara viviendo en el inmueble es posible que nunca se hubiese demolido” -indica Francisco Macías-.

 

“En el año 1972 la densidad del tráfico obliga a hacer una estación de autobuses, a la que se traslada Castromil, dejando lo que había sido Quiqui Bar abandonado, silenciado y vacío. En 1974 Santiago ya había crecido mucho y, con el Año Santo 1976 cerca, los coches solicitaban paso para ellos y los conductores aparcar lo más cerca posible del casco viejo y de sus casas” -explica el autor-. Así, en mayo de 1975 el Ayuntamiento anuncia un concurso para la reordenación de la entonces llamada Plaza de Gelmírez y para la construcción y explotación de un estacionamiento urbano y derribo de las edificaciones existentes. En septiembre de ese año comenzó el proceso de derrumbe del edificio Castromil, que finalizó en el mes de diciembre. 

 

El edificio se derrumbó en una época en la que se despreciaba lo antiguo y los coches se convirtieron en el eje del urbanismo compostelano

 

“El edificio modernista que nació como Quiqui Bar y acabó siendo conocido como Edificio Castromil es una disculpa para hablar de la época de su construcción, de la vida compostelana de los años 20 del siglo pasado, de la economía, la arquitectura, el urbanismo, la música, los cafés… de la cultura. Y, asimismo, de las épocas tristes que mataron este resurgimiento, los años 70. Y, como no, de los motivos y los protagonistas de la demolición, y de las resistencias y resistentes a tales intenciones” -manifiesta Francisco Macías-. El autor destaca que la finalidad de esta publicación es “recordar y, ya de paso, saber más para conocer mejor Compostela”.

 

El autor destaca que De Quiqui Bar… a Castromil “es una historia de la ciudad. La destrucción del casal que ocupaba todo el centro de la actual Plaza de Galicia sucedió en la época de inicio del desarrollismo, lo que conllevó una cierta aculturización y falsa modernidad que despreciaba lo antiguo, y hacía de los coches el eje del urbanismo compostelano. La destrucción de este edificio y de toda la plaza es una de las primeras víctimas del que algunos consideran aún hoy el auténtico protagonista de las políticas urbanistas y económicas, el automóvil”.

 

Macías señala que “si bien la resistencia a la demolición fue escasa sí que debemos reconocer y loar a todas las personas y organizaciones que se opusieron e incluso trabajaron en hacer propuestas alternativas a los intentos municipales de demoler una riqueza sólo para construir un aparcamiento. El Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia, y principalmente determinados arquitectos, lucharon por proteger un bien común, un inmueble hermoso y útil para la población”.

 

“Como el edificio Castromil sigue en la memoria de los compostelanos, es por lo que publicamos este libro, para comenzar a aclarar una cronología de la vida del edificio, de la plaza, e incluso de algunos aspectos de la ciudad y de los protagonistas. Aún hoy no se comprenden ni se aceptan los motivos de la demolición, motivos que sí se entendían en aquella época reciente” -apunta el autor-.